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Cada día tomamos múltiples decisiones. Muchas de ellas son sencillas pero otras pueden ser complicadas e, incluso, tremendamente importantes.  En muchas ocasiones, simplemente decidimos aquello que nos hace sentir bien en ese momento, tanto en relación con cuestiones poco importantes (¿qué como hoy?), como respecto a cosas que pueden ser muy relevantes en nuestra vida (¿me cambio de ciudad?).

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Pero, ¿cómo tomamos las decisiones? ¿Existe una forma de acertar?

Algunas investigaciones nos demuestran que pasamos tanto tiempo buscando opciones que, el coste de dicha búsqueda supera a los beneficios que supone tener más alternativas.  Por eso, un primer consejo en la toma de decisiones podría ser marcarse límites en el tiempo de toma de decisión, porque en muchas ocasiones simplemente estamos intentando evitar tomarla.

El miedo a perder suele también llevarnos a no tomar la decisión correcta, por tanto, debemos evitar referencias a “perder o ganar” que pueden interferir en el proceso. También consideraciones del tipo “estamos en racha” influyen en nuestra toma de decisión. Cuando las cosas nos vayan bien debemos ser especialmente cautos al decidir y no dejarnos llevar por este tipo de planteamientos.

Por otra parte, la gente tiene la tendencia a imitar las decisiones de otros, incluso cuando tienen distinta información y esto puede ser particularmente relevante en aquellas ocasiones en las que pensamos que mucha gente está decidiendo porque tiene una información privilegiada y no porque lo hacen los demás.

Algunos autores, como Malcolm Gladwell, plantean que las decisiones espontáneas son a menudo tan buenas como aquellas que hemos analizado cuidadosamente.

De hecho, existen estudios que muestran que cuando debemos tomar decisiones complejas, a veces, lo mejor es dejar a nuestra mente inconsciente que cuando no pone foco en algo puede tomar mejores decisiones. Ponerse a hacer otra cosa o dormir, puede llevarnos a tomar una mejor decisión.

La conocida frase “Dónde va Vicente, donde va la gente” suele ser producirse y, en el resto de casos, muchas veces aplica aquello de “llevar la contraria”. Precisamente porque lo hacen ellos no lo hago yo.

Además cuando no tenemos información clara o está incompleta para interpretarla claramente, tendemos a interpretarla confirmando aquello que ya pensábamos o queríamos. Lo que hacemos es utilizarla para darnos a nosotros mismos la razón. En sentido contrario, el exceso de información suele resultarnos abrumador y nos dificulta la correcta selección, por lo que puede llevarnos a no ver las cuestiones más importantes para la decisión o al conocido problema de la parálisis por análisis.

el momento en el que se toma una decisión es muchas veces más importante que qué decisión se toma

Las opiniones de otros pueden ayudarnos a tomar mejores decisiones pero, principalmente porque tendemos a evaluarnos con mucho detalle, mientras que otros considerarán las cuestiones que les planteemos de una forma más general. En cualquier caso, también los estereotipos inconscientes afectan a la forma en que pensamos y actuamos frente a los demás.

Detalles que pueden parecer tan nimios como cerrar los ojos, pueden llevarnos a tomar decisiones más éticas, según muchos expertos. Nuestro cuerpo es siempre un buen compañero en la toma de decisiones y en muchas ocasiones (cuando sentimos que tenemos pánico o estrés) nos avisa de que no es un buen momento para la toma de decisiones. Hagámosle caso y tomémonos algo de tiempo.

En cualquier caso, y tras ponerse de manifiesto que, no necesariamente basándonos en metodologías y aplicación de razonamientos podremos llegar a mejores conclusiones, si tú eres uno de esos que necesita método para poner orden, también en la toma de decisiones, hay muchos que pueden ayudarnos.

Se dice que nuestro cerebro tiende a pensar en binario y que una forma de mejorar la toma de decisiones es evitar esa tendencia barajando todas las posibilidades y asignando probabilidades a cada una de ellas. Pero, si un buen sistema para tomar decisiones es la asignación de probabilidades ¿sabemos calcularlas? Como nos demuestra Dan Gilbert en este vídeo nuestro cerebro nos engaña.

Uno de los métodos más populares para tomar decisiones de las que denominamos “difíciles”, es cuando ninguna elección es mejor que la otra, es el creado por Charles Kepner y Benjamin Tregoe. Simplificándolo, consiste en:

  • Definir la situación y los objetivos, así como los resultados y beneficios que se persiguen con la decisión a adoptar.
  • Clasificar los objetivos en necesidades y deseos, ya que los primeros son esenciales, mientras que a los segundos se les pueden plantear alternativas
  • Valorar los objetivos, asignándoles un peso relativo
  • Generar una lista de alternativas y compararla con lo que necesitamos y sus pesos relativos, calculando que alternativa satisface mejor los objetivos
  • Identificar problemas potenciales o riesgos para cada alternativa
  • Elegir la mejor alternativa, incluyendo si se considera adecuado, acciones para minimizar el riesgo.

Otros plantean que la mejor forma de resolver problemas y tomar decisiones es hacerse las preguntas adecuadas. A este planteamiento responden modelos como el modelo de pensamiento productivo que nos recomienda razonar siguiendo estos seis pasos:

  • Qué esta pasando
  • Qué sería para mí un éxito respecto a esto
  • Cuál es la pregunta que debo responder para alcanzar el objetivo
  • Cuáles pueden ser las posibles respuestas
  • Cuál es la mejor respuesta
  • Qué debo hacer para ponerla en práctica

En cualquier caso, por si sirve de consuelo, las decisiones difíciles lo son, en muchos casos, porque no implican un pensamiento científico con cosas que se pueden valorar, sino un pensamiento relacionado con valores que no puede medirse a través de este tipo de procedimiento y donde no hay decisión buena o mala, sino diferente, tal y como pone de manifiesto Ruth Chang en este vídeo, que pone de manifiesto que “tomar decisiones, nos convierte en lo que somos”.

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